jueves, 22 de agosto de 2013

Ecumenismo en Latinoamérica

Autor: Pbro. Dr. Mario Ángel Flores Ramos

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Uno de los temas del Concilio Vaticano II más ajenos para la Iglesia latinoamericana parece ser el del ecumenismo, no sólo por el desconocimiento que hay de los planteamientos de la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium como del decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, sino, sobre todo, por la lejanía de los argumentos con respecto a la situación pastoral.



Prejuicios latinoamericanos
Mientras que para las iglesias europeas ha sido uno de los aspectos más valiosos y novedosos del Concilio, entre nosotros es simplemente un argumento sin mucha relevancia porque parece que no tiene aplicación. No falta quien piensa que se trata de una “teología de escritorio” o de una ingenuidad pastoral. En un caso o en otro, se trata de expresiones mal enfocadas que nos hacen ver la falta de comprensión de los argumentos ecuménicos, desde los pastores –llámense obispos o presbíteros– hasta los laicos en general, con mucha mayor razón.


¿Dialogar con la infinidad de grupos que nos invaden y que nos afectan cada día con un agresivo proselitismo dirigido hacia los fieles más sencillos y menos preparados? ¿Acercarnos a quienes nos ven como los enemigos a vencer y se proponen derrotarnos sin importar qué métodos utilicen? ¿No debemos más bien combatir enérgicamente a quienes difunden una serie de calumnias contra la Iglesia y una serie de doctrinas cada vez más alejadas del Evangelio confundiendo a muchos? Es aquí donde algunos pastoralistas hablan de ingenuidad: “mientras que nosotros como Iglesia católica manifestamos nuestra apertura y respeto con la bandera del ecumenismo por delante, otros trabajan con mucha habilidad para llevarse a sus filas a miles y miles de católicos, que se ‘convierten’, sí, pero en aguerridos anticatólicos”.



Para colmo, no falta quienes recurren a los números para mostrar contundentemente el resultado del ecumenismo: cuando el Concilio hablaba a mediados de los años sesenta (siglo pasado) con términos muy elogiosos sobre las relaciones ecuménicas en Latinoamérica (la inmensa mayoría de la población se declaraba católica), hoy en cambio, piensan algunos, por esa apertura de la Iglesia católica, los porcentajes han descendido drásticamente. En México, por ejemplo, hemos pasado del 96% en los censos de 1970 al 80% en 2010. Sin duda hemos equivocado el camino, no es el ecumenismo, sino la defensa de la fe la que debemos desarrollar.



Podríamos seguir haciendo otras consideraciones parecidas, pero seguiríamos sin comprender la propuesta conciliar sobre el ecumenismo y la tarea que tenemos ante la realidad pastoral y eclesial.



Universalidad de la misión de la Iglesia
Antes que nada debemos recordar una de las primeras expresiones de Lumen Gentium: “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Quiere decir que la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma es la de ser un signo de unidad entre Dios y todo el género humano, de tal forma que su trabajo por construir y extender el Reino de Dios mediante el anuncio del Evangelio, es al mismo tiempo un esfuerzo constante por acercar a los hombres entre sí, reconociendo todo lo bueno y justo que hay en todas las culturas y expresiones humanas, para llevarlas a su plenitud en Cristo. ‘Su misión es congregar a las naciones con aquel Rey que las recibió en herencia’ (cfr. Sal 2, 8)… Este carácter de universalidad que distingue al Pueblo de Dios es un don del mismo Señor” (LG 13).


La comprensión que la Iglesia tiene de sí misma adquiere una mayor profundidad teológica cuando extendemos el término “sacramentum” no sólo en orden a una unidad pasajera y superficial de toda la humanidad, sino a la comunicación de la salvación, de tal forma que la Iglesia es “instrumento de redención universal” en Cristo (LG 9), por lo que no puede estar en medio del mundo defendiéndose del mundo, sino al servicio del mismo, como “sacramento visible de esta unidad que nos salva” (LG 9).



El irrenunciable compromiso con la unidad
Si la Iglesia debe trabajar hacia el mundo entero en favor de la unidad, con mayor razón hacia el interior, hacía sí misma. De otra forma, la Iglesia dividida sería una contradicción, más aún, la división actual es un verdadero contrasentido con la naturaleza y la misión de la Iglesia, por ello lo primero que declara Unitatis Redintegratio, es que “promover la reconstrucción de la unidad entre todos los cristianos es uno de los propósitos principales de este sagrado Sínodo Ecuménico Vaticano II. Pues, con ser una y única la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las Comuniones cristianas que marchan por caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido” (cfr. 1Cor 1, 13). Esta división contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica la causa santísima de predicar el Evangelio a toda creatura” (UR 1).


No se trata, entonces, de una propuesta secundaria ni mucho menos opcional el trabajo por la unidad de los cristianos –el ecumenismo en sentido estricto–, sino de una exigencia de la propia naturaleza de la Iglesia a la que no puede renunciar por ningún motivo. Pueden cambiar las estrategias con el paso del tiempo, pero no puede disminuir la intensidad con que se siga buscando la unidad entre todos los creyentes, siguiendo el mismo deseo de Jesús cuando expresa en su oración, refiriéndose a los que han de creer: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).



Los verdaderos postulados ecuménicos
La madurez histórica que manifiesta la Iglesia católica sobre sí misma en el Concilio Vaticano II, la lleva a reconocer que “fuera de su estructura visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad que, como dones propios de la Iglesia de Cristo, empujan hacia la unidad católica”  (LG 8). Por ello, no puede sino sentirse unida por muchas razones “con todos los que se honran con el nombre de cristianos a causa del bautismo, aunque no profesen la fe en su integridad o no conserven la unidad de la comunión con el sucesor de Pedro” (LG 15). El punto de referencia ineludible es el bautismo trinitario que nos une en el mismo camino de redención, y desde el cual debemos reconstruir la unidad completa. Ya hemos sido incorporados por el bautismo como hijos de Dios y hermanos en Cristo, es ahora importante reconocernos como tales y vivir en plenitud nuestra vocación común de ser “sacramento o signo e instrumento de unidad” en Cristo para toda la humanidad.


No podemos seguir cada uno por nuestro lado, con indiferencia unos de otros, menos aún como enemigos, creando conflictos que llegan hasta el enfrentamiento, el odio y la violencia, como una total claudicación a nuestro papel en el mundo, por ello la Iglesia católica, convencida de que en ella “subsiste” la Iglesia (LG 8), “la plenitud total de  los medios  de salvación” (UR 3) y por ello la plenitud de la Iglesia de Cristo, no se desconoce que en las Comunidades separadas se encuentren también muchos elementos de salvación (LG 8), más aún, “muchísimos y muy valiosos” (UR 3), “porque el Espíritu de Cristo no rehúsa servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que fue confiada a la Iglesia católica” (UR 3).



Tal vez aquí está la afirmación más audaz y contundente del Concilio Vaticano II, al reconocer que también se dan elementos de salvación en las comunidades separadas de la Iglesia católica. De hecho, sólo se logra “una verdadera unión en el Espíritu Santo” cuando acogemos a los demás creyentes, ya que también actúa en ellos el Espíritu “y los santifica con sus dones y gracias, e incluso a algunos de ellos les da fuerza para derramar su sangre” (cfr. LG 15). El reconocimiento de la unidad verdadera que ya existe por el don del Espíritu recibido en el bautismo y por muchos elementos de la fe, nos ayudan a superar la división que nosotros establecemos a causa de nuestras mezquindades humanas.



Junto a la audacia de esta afirmación, hay una voluntad expresa de la Iglesia católica por convertirse en la protagonista principal en el esfuerzo por alcanzar la unidad.



Es natural que en estas consideraciones se den distintos niveles de acercamiento, en virtud de la conservación de la plenitud de los medios y de la vinculación con la tradición apostólica, por ello aparecen en primer lugar las iglesias de Oriente en una sintonía casi total, a diferencia de otras comuniones occidentales donde la ruptura histórica ha significado el abandono de algunos elementos importantes de la vida cristiana.


El ecumenismo en Latinoamérica
Considerando las dificultades ya expresadas para vivir el ecumenismo en Latinoamérica por el creciente fenómeno de las sectas cada vez menos cristianas, pero al mismo tiempo recordando la irrenunciable vocación de la Iglesia católica para ser protagonista de la unidad, ¿qué es lo que debemos hacer en nuestro contexto pastoral?


En primer lugar, tener la seguridad y la claridad de ser portadores, como Iglesia católica, de la plenitud de los medios de salvación. La Iglesia de Cristo no está fragmentada en la diversidad de iglesias y comunidades cristianas que históricamente se han separado, sino que “subsiste en la Iglesia católica gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él” (LG 8). Ésta ha sido una de las finalidades de la Declaración Dominus Iesus del año 2000 ante las dudas que surgieron en algunos sectores al pensar que la Iglesia como tal ha desaparecido y sólo mediante la recuperación de los distintos fragmentos volverá a ser plena.



En segundo lugar, conservar la humildad frente a los hermanos separados para reconocer en ellos los elementos de salvación y santificación que tienen, con quienes tenemos “una verdadera unión en el Espíritu Santo” (LG 15) a partir del único bautismo que nos une a Cristo, y favorecer el clima que nos permita acercarnos para superar la desconfianza, la rivalidad y el desconocimiento mutuo.



En tercer lugar, vivir la espiritualidad del ecumenismo que comienza con la capacidad de orar juntos al único Dios, por la salvación de todos, con la oración que Jesús nos enseñó para sentirnos y sabernos hermanos, llamados a vivir y comunicar el Evangelio. Esto debe “considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico” (UR 8). No se trata de un falso irenismo en el que se busque un simple acercamiento sin llegar a la raíz de los problemas doctrinales, pero todo comienza en una actitud de respeto mutuo y de unidad espiritual.



En cuarto lugar, y tal vez por su importancia es el primer compromiso de la Iglesia católica: mejorar la comunicación de la fe para vivir mejor la plenitud de nuestra tradición como Iglesia una, santa, católica y apostólica. El conocimiento de la Sagrada Escritura, la celebración de la Eucaristía y los demás sacramentos para ser evangelizados y evangelizadores. Este es el lugar de la verdadera apologética, no en el combate agresivo a las demás expresiones religiosas, sino en el cuidado de la propia comunidad católica, desarrollando mejores métodos de catequesis y propiciando una mayor participación de todos, pastores y laicos en la tarea de ser discípulos y misioneros. Es el tema deAparecida y es la finalidad del Sínodo sobre “La Nueva Evangelización y la Transmisión de la Fe Cristiana” (realizado del 09 al 28 de octubre de 2012).



En quinto lugar, dar un testimonio más claro de nuestra fe y esperanza en Cristo en medio de nuestra sociedad, a través del compromiso social con los más necesitados y de nuestra cercanía con todos los sectores.



La unidad es un don del Espíritu Santo pero se alcanza mediante la conversión del corazón y la vida en santidad. La Iglesia latinoamericana no puede ser ajena al caminar de la Iglesia universal. Desde su propia situación debe contribuir a la unidad, creciendo en su experiencia de Cristo y en la formación de su fe. También aquí podemos encontrar caminos de respeto y confianza hacia las iglesias y comunidades cristianas con quienes debemos restaurar la unidad eclesial.



La V Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida sólo dedica una pequeña sección al tema específico del ecumenismo, destacando su importancia y su prioridad (DA 227-234), pero toda la propuesta de fondo para ser discípulos misioneros a fin de vivir en la alegría de ser discípulos y el compromiso de evangelizar, nos lleva a dar respuesta latinoamericana de construir el Reino de Dios en la unidad de la Iglesia con todos los creyentes.



El surgimiento de nuevos grupos religiosos ajenos al movimiento ecuménico y la crisis de fe en la comunidad católica –y en general en el mundo–, nada tienen que ver con la exigencia del ecumenismo y el necesario esfuerzo por restablecer la unidad.



Acerca del autor
Pbro. Dr. Mario Ángel Flores Ramos es licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma; licenciado y doctor en los Padres de la Iglesia por la Pontificia Universidad Lateranense, Roma. Fue Secretario Ejecutivo de la Comisión Episcopal de Doctrina de la CEM, Director de la Comisión de Cultura de la Arquidiócesis de México, miembro del consejo de IMDOSOC y profesor en el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos de México.

El papa Benedicto XVI lo nombró miembro de la Comisión Teológica Internacional y en julio de 2012 fue nombrado Rector de la Universidad Pontificia de México por el cardenal Norberto Rivera.


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