martes, 21 de agosto de 2012

En Santa Fe, Nuevo México, víctimas de la Guerra contra las drogas del gobierno mexicano, reconocen solidaridad de Iglesias.


Deyssy Jael de la Luz García

Iglesias por la Paz/Centro de Estudios Ecuménicos
20 de agosto de 2012


A su paso por Santa Fe, La Caravana por la Paz escucha testimonios de mexicanos que han tenido que salir México de forma ilegal o tramitando residencia y exilio a causa de la Guerra contra las Drogas emprendida por el presidente Felipe Calderón. 

“En el 2011 mi hermano Juan Gabriel Juárez fue levantado de su trabajo como sacristán en la Iglesia de San Martín de Porras, de la Arquidiócesis de Ciudad Juárez Chihuahua, por soldados del ejército mexicano. Los motivos se desconocen… no sé que querían de él;  era un hombre diferente a los demás, porque le daban ataques epilépticos”. Fue con este testimonial que Guillermina Juárez, una artesana popular que teme ser deportada por recién terminar su visa de turista, comento en entrevista a Iglesias por la Paz. “Por casi un año completo, mi familia en México lo buscó en manicomios y levantó el acta respectiva en junio de 2011…fuimos citados el 31 de diciembre de ese ano al forense para reconocer el cuerpo. Mi hermano estaba desmembrado, y por la cara le reconocimos. El doctor nos dijo que con las pruebas de ADN hechas y el estudio del cráneo, se determinó que era él. A mi padre le dijeron que ya no era necesario hacer un funeral; su entierro ya estaba pagado en una fosa común”. Lo que más me duele, dijo Guillermina, es que mi padre no le pudo llorar…”.

 Lo que no puedo aceptar es la explicación simplista de las autoridades. ¡Qué  pasó con mi hermano; por qué lo mataron cruelmente!

Guillermina tuvo que ir a Santa Fe porque en Ciudad Juárez su esposo la golpeaba y temía a los feminicidios. Al dolor familiar que viene cargando de su hermano, se agrega la injusticia que ha tenido que sortear en Santa Fe. Ella estaba muy deprimida porque al llegar a los Estados Unidos, deportaron a su hijo mayor, otro le fue encarcelado y otro se le murió. Para combatir la depresión se unió a un taller de pintura en el Instituto de Arte de Santa Fe. Pronto desarrollo una sensibilidad al pintar; sin saberlo su técnica era muy parecida a la de Frida Khaló, según le dijeron los críticos de arte. Sus pinturas fueron seleccionadas para un libro colectivo, Sueños americanos. Su colección, ‘Dolores de la madre’, fue un éxito. Al poco tiempo el Instituto le pidió tres cuadros para una exposición en una galería de arte en Washington. Allá vendieron sus cuadros sin pedirle su consentimiento, y no recibió ninguna paga; sólo recibió una carta de agredecimiento por la donación. Al preguntarle porque no denunicó el hecho, Guillermina teme que la deporten y con dolor prefiere guardar silencio. Esa injusticia le llevó a no pintar más. Ahora se dedica a hacer joyería artesanal para apoyar a madres en condición de violencia.

Una luz de esperanza para Guillermina es saber que tiene un fuerte apoyo en la Iglesia Episcopal de San Vera, Santa Fe. El capellán al conocer su caso, celebrará una misa en memoria de su hermano asesinado el próximo domingo 26 de agosto. La entrevista la terminamos, cuando dijo> “Por fin mi padre podrá llorarle”.


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