Misa en la Basílica de
Guadalupe
26 de junio de 2014.
HOMILÍA: JESÚS MENDOZA ZARAGOZA
Hermanas y hermanos, quiero invitarles a conversar con la Señora de Guadalupe, a quien hemos venido a visitar en este lugar, donde está atenta a los sufrimientos y a las aspiraciones de este pueblo que ella eligió para acompañarlo con su cariño maternal y su solicitud femenina. Permítanme expresarle a ella, en nombre de todos y de todas ustedes, algunos de nuestros sentimientos y de nuestros sueños. Deseo interpretar lo que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad y quienes estamos congregados ahora, traemos en nuestros corazones para compartirlo con ella.
1. Señora de Guadalupe: Nos sentimos tan familiarizados contigo porque
fuiste madre de una víctima de la violencia, una víctima inocente que fue
ajusticiada mediante un juicio amañado como tantos de los que hay en nuestro
país. Como discípula fuel de Jesús, lo acompañaste siempre, hasta el final,
hasta la Cruz, con un corazón adolorido, tu presencia maternal es sentida muy
hondamente por todos los sufrientes de este país, sobre todo en los momentos
más atroces. Cuánto dolor resiste el corazón de una madre que mira al hijo
ensangrentado, o espera al hijo desaparecido, o no puede pagar el rescate de la
hija secuestrada.
2. Tu Hijo, que sufrió el estigma de los crucificados de su tiempo,
está ahora en el centro de nuestra vida y de nuestra historia. El es nuestra
paz. Ha transformado la Cruz en signo de Vida y de Victoria. Se convirtió en un
vencedor en la Cruz y el Padre confirmó esta victoria en su resurrección,
puesto que con su amor incondicional se convierte en vencedor de todas las
violencias de la Tierra y en fundamento de la paz verdadera, que se sustenta en
el amor. El inspira hoy a tantas víctimas de las violencias para transformar su
dolor y convertirlo en fermento de paz. Jesús las reconstruye y las hace
capaces de participar activamente en la redención de sus hermanos y hermanas y
de sus comunidades. El es nuestra paz.
Foto: Arte Acción
3. Mira, Señora el Tepeyac, a esta Patria ensangrentada, víctima toda
ella de la violencia, agraviada por la corrupción y la impunidad, envuelta en
el miedo y en la rabia y expuesta al abandono y a la indefensión. Los
ciudadanos y las ciudadanas no acabamos de hacernos responsables de nuestro
destino y del de nuestros pueblos y nuestras autoridades han abandonado a este
pueblo, a quien tanto amas, a merced de los criminales. México nos duele mucho,
pero no hemos perdido nuestra esperanza y sentimos que estamos ante una gran
oportunidad para hacernos cargo de nuestro futuro. Y sabemos que tú, desde este
lugar que escogiste para abrazar con tu mirada a este pueblo tuyo, transmites
tanta esperanza a los mexicanos que aspiramos a la justicia y a la paz.
4. Guadalupe de los sufrientes: Estamos aquí porque necesitamos de tus
consuelos. Hemos venido a cobijarnos bajo tu regazo pues somos portadores y
portadoras del dolor de miles de mexicanos agraviados en sus familias y en sus
bienes. Necesitamos del consuelo que viene del Cielo. Tú sabes consolar porque
fuiste consolada y en eso te has convertido en una experta.
5. Ya el profeta Isaías pregonaba con fuerte voz la llamada del Señor:
'Consuelen, consuelen a mi pueblo'. Nos has traído a Jesús a estas tierras. El continua
sanando, curando y consolando desde la cruz a todos los que creen en él. “Sus
heridas nos han curado”, decía el Apóstol Pedro. Pablo descubrió que el
consuelo brota de la desolación cuando ésta se une al sufrimiento de tu Hijo
Jesús, cuando decía: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación para poder nosotros consolar a los que
están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos
consolados por Dios. Si somos atribulados, lo somos para su consuelo y su
salvación; si somos consolados, lo somos para su consuelo, que los hace
soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros
soportamos.” (2 Cor 1,3-4.6). El consuelo es una condición para resistir y para
vencer el dolor.
6. Guadalupe de la esperanza: tu figura ha sido tan atrayente porque nos
dar razones para resistir y para mantener nuestras miradas puestas en el futuro.
La hermosa canción que compusiste después de que visitabas a Isabel tu prima es
un gran himno que ha alimentado las esperanzas de tantas generaciones. Cantas
las maravillas de un Dios que permanece fiel y que ha mirado tu pequeñez. Te
sentiste acompañada por ese brazo poderoso que derriba de su trono a los soberbios
y enaltece a los sencillos. Cómo no llenarse de esperanzas con ese gran mensaje
de que Dos interviene en favor de su pueblo, sobre todo cuando el sufrimiento
parece aplastar el deseo de vivir y de conseguir la justicia.
7. Guadalupe
del Tepeyac: Con tanta ilusión seguimos escuchando y saboreamos el
mensaje, que nos has dejado a través de Juan Diego: “Oye y ten entendido, hijo mío el más
pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no
temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí
que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por
ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra
cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está
seguro que ya sanó”.
8. Ahora te llamamos como lo hizo Juan Diego, Señora y Niña nuestra.
Nuestro México está enfermo y requiere de tantos cuidados para poder sanar. Nos
necesita a todos. Necesita a discípulos de Jesús y misioneros que inspiremos la
alegría del Evangelio de la paz en todos los ambientes, necesita ciudadanos y
ciudadanas audaces para generar iniciativas de construcción de paz y de
acompañamiento a las víctimas del desastre de la violencia, necesita una
sociedad civil abierta y vigorosa para dar respuestas adecuadas en todos los
ámbitos del país, necesita autoridades libres de ataduras para el servicio y
para la reconstrucción de la Patria.
9. Y, necesitamos, también una Iglesia misericordiosa, de puertas abiertas
que tenga la audacia de involucrarse en el sufrimiento de los pueblos, con
pastores libres de seguridades terrenales que amen entrañablemente a los
sufrientes. Enséñanos a ser una Iglesia que sepa consolar, que sepa llenar de
esperanzas a los pueblos, que sea capaz de liberar de los miedos y construir la
reconciliación. Madre, aquí estamos porque sabemos que contamos contigo y
sabemos que tú nos vas a acompañar hasta que resplandezca la paz en cada rincón
de la Patria. Amén.
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