Balance y temas pendientes del papado
La
reciente renuncia de Benedicto XVI a su cargo como obispo de Roma, y
por tanto al papado que ejerció desde el 19 de abril del 2005 y dejará
el próximo 28 de febrero, ha provocado muchas y muy diversas reacciones
en todo el mundo, por inédita al menos en los últimos 700 años de la
historia de la iglesia católica.
En
voz del propio papa, esta dimisión se nos presenta como resultado de un
discernimiento libre y personal que tiene como principal argumento la
incapacidad física y espiritual del actual pontífice para encarar los
retos que el mundo de hoy presenta a la iglesia. Frente a ello, no pocos
han elogiado el valor de Benedicto XVI al tomar esta decisión, mientras
otros afirman que no pudo tomarla en el mejor momento, dado que deja a
la institución católica en una situación de tranquilidad tras fuertes
problemas que enfrentó en su interior y escándalos al exterior.
Sin
embargo, desde diversas personas y organizaciones de fe, consideramos
necesaria una valoración más profunda, transparente y crítica de este
acontecimiento que tendrá implicaciones importantes para la vida de la
iglesia y de la sociedad. Por ello ofrecemos un primer balance del
pontificado del papa Joseph Ratzinger, un análisis de la situación
actual de la iglesia y los retos que enfrenta, y la agenda de temas
pendientes que consideramos no debe eludir el próximo papa, si quiere
detener la involución eclesial que ha acaecido en el catolicismo las
últimas décadas.
Balance del pontificado de Benedicto XVI
Cuando
empiezan a surgir los primeros intentos de beatificación en vida del
papa, característicos de toda transición papal, invitamos a no olvidar
quién fue Benedicto XVI y cuál fue el saldo de su papado y de dos
décadas al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que han
dejado a la iglesia en deplorable situación frente al mundo moderno y al
interior con tremendas luchas de poder.
¿Qué recordaremos de este papa?
Que
durante su función como prefecto de la congregación para la doctrina de
la fe combatió acérrimamente las manifestaciones de la iglesia
latinoamericana de liberación, la iglesia de los pobres, las comunidades
eclesiales de base, el compromiso social y político de las y los
cristianos, la pastoral indígena, el liderazgo de las mujeres;
excomulgando y/o silenciando a un sin número de teólogos y teólogas en
América Latina y el mundo, cerrando centros teológicos con vientos de
renovación en muchos países de nuestro continente, atacando a los
obispos que caminaron al lado de los pobres.
Que
todo ese tiempo y también durante su pontificado, tuvo conocimiento y
encubrió múltiples y gravísimos casos de pederastia en la iglesia,
permitiendo con ello la reproducción exponencial de este cáncer
eclesiástico, en detrimento de la vida y dignidad de miles de niños y
niñas abusados por sacerdotes. Aún cuando las pruebas eran irrefutables e
inocultables, nunca actuó con la fuerza que ameritaba, no hizo
justicia, no hubo una sola palabra de petición de perdón a las víctimas,
no hubo reparación.
Que
dedicó su ministerio en El Vaticano a frenar todos los vientos de
renovación eclesial propuestos por el Concilio Vaticano II en todos los
ámbitos de la iglesia, cerrando las puertas de la iglesia frente al
mundo, regresando a las viejas prácticas y ritos de la cristiandad,
retrocediendo significativamente en el diálogo ecuménico e
interreligioso y apartando en general la vida eclesial de las
preocupaciones políticas, sociales, económicas y culturales de la época.
Que
siguiendo la estrategia de su predecesor, se ocupó de conformar
episcopados nacionales conservadores, con obispos que, como en México,
velan más por los intereses de las grandes personalidades políticas y
económicas del país, que por el bien de su feligresía y del pueblo en
general. En este sentido, se desentendió de la sangre de miles de
mártires que ayer murieron por su fe a manos de gobiernos dictatoriales y
hoy lo siguen haciendo a manos de un sistema económico neoliberal
injusto y excluyente.
Los retos de la iglesia católica frente a la realidad actual.
La
iglesia católica enfrenta hoy una profunda crisis de credibilidad ante
la sociedad y una igual crisis de identidad frente a sí misma. Decrece
aceleradamente en número de fieles y sus estructuras y propuestas
pastorales son cada vez más rígidas y retrógradas. La responsabilidad de
esto cae sobre los hombros de Benedicto XVI y será un enorme reto para
su sucesor.
Desde
los sectores creyentes, pero también desde quienes profesan otras
religiones o no profesan ninguna, crecen importantes demandas que, de
buena fe, esperamos que el próximo papa esté dispuesto a escuchar y
llevar adelante, rompiendo siglos de silencio e indiferencia. Por ello
las enunciamos a continuación, esperando también que de éstas se hagan
eco muchas gentes en todo el orbe:
Que
la institución católica ponga fin a la política de encubrimiento de
abuso sexual en su interior, reconozca su responsabiilidad públicamente
frente a las víctimas, modifique los mecanismos internos que posibilitan
estas prácticas criminales.
Que la iglesia reconozca a
mujeres y hombres como iguales en dignidad, y que fomente con acciones
concretas la erradicación de la violencia y la discriminación de la que
son objeto fuera y dentro de la institución eclesial.
Que
reconozca la autonomía de las iglesias para organizarse, elegir a sus
pastores y adaptar su praxis a las circunstancias concretas en que
viven; que haya más democracia en la iglesia en la toma de decisiones.
Que
se reforme el celibato obligatorio, haciéndolo opcional y se abra al
interior de la iglesia un amplio debate sobre el sacerdocio de las
mujeres, que permita avanzar en la superación de la discriminación que
viven en la vida de las iglesias.
Que deje de atacarse la libertad de pensamiento y de reflexión teológica en la iglesia.
Que
la iglesia asuma el compromiso de ser iglesia pobre y con los pobres,
como intuyó el Concilio Vaticano II, despojándose del poder que no le
permite acompañar a los pueblos en sus luchas de justicia y dignidad;
que sea una iglesia cada vez más profética que denuncie las muchas
injusticias que se viven en el mundo y deje de ser cómplice de ellas.
Que
se apliquen las directrices emanadas del Concilio Vaticano II hacia una
conversión y renovación profunda de la iglesia, para lo cual se
convoque a un nuevo concilio donde todas y todos, y no sólo los obispos,
tengan representación.
Somos
conscientes que los escenarios de la próxima elección papal no nos son
favorables, y que probablemente se siga perpetrando el retroceso
eclesiástico y eclesial con el nuevo pontífice; porque creemos que la
solución la haremos todos y todas, pueblo y jerarquía. Por ello
convocamos a las y los creyentes y a todas las personas de buena
voluntad, a participar activamente en esta transición eclesial católica
realizando foros de análisis y reflexión sobre el rumbo de la iglesia,
llevando a cabo amplias consultas sobre estos y otros retos urgentes, y
haciendo llegar estas voces hasta las altas jerarquías católicas, con la
esperanza de que nuestros gozos y esperanzas, tristezas y angustias no
encuentren un corazón de piedra, sino un corazón de carne en los obispos próximos a elegir al sucesor de Benedicto XVI.
OBSERVATORIO ECLESIAL
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